LA INFLUENCIA DE MAMÁ

LA INFLUENCIA DE MAMÁ

Imagen de Tawny van Breda en Pixabay (1)

Cada uno de nosotros lleva consigo un vínculo eterno con mamá y jamás nos podremos desligar de él. Para lograr tener salud y ser felices, debemos conocer de qué manera nuestra madre influyó en nuestra historia y cómo sigue haciéndolo al día de hoy.

Si nos transmitió mensajes positivos acerca del cuerpo femenino y de la manera en la que hay que trabajarlo y cuidarlo, sus enseñanzas siempre formarán parte de una guía para la salud física como así también emocional.

Sin embargo, la influencia de las madres también puede resultar problemática cuando el papel que ejercen resulta tóxico debido a una actitud descuidada, celosa, chantajista y/o controladora.

Cuando conseguimos entender los efectos que la crianza ha tenido en nosotros, comenzamos a estar dispuestos a comprendernos, a sanarnos, a ser capaces de asimilar lo que creemos de nuestro cuerpo, explorar lo que consideramos posible conseguir en la vida.

Entonces ¿repetimos de alguna manera la historia de nuestras madres?

En origen, esta dependencia obedece a cuestiones biológicas, pues las necesitamos para subsistir durante muchos años. Sin embargo, la necesidad de afecto y de aprobación se forja desde el minuto uno, desde que la miramos para ver si algo estamos haciendo bien o si somos merecedores de una caricia.

El vínculo madre-hijo/a está estratégicamente diseñado para ser una de las relaciones más positivas, comprensivas e íntimas que tendremos en la vida. Sin embargo, esto no siempre sucede así.

Con el paso de los años esta necesidad de aprobación puede volverse patológica, generando unas obligaciones emocionales que propiciarán que nuestra madre tenga el poder de nuestro bienestar durante toda o casi toda nuestra vida.

El hecho de que nuestra madre nos reconozca y nos acepte es una sed que tenemos que saciar, a pesar de que para ello tengamos que sufrir. Esto supone una pérdida de independencia, de libertad que nos apaga y nos transforma.

Mamá es nuestro espejo.

A mayor queja de algo, mayor es el parecido que repetimos, quizá el aspecto que juzgamos en mamá está en nuestra sombra y nos cuesta reconocerlo, pero ahí está. No porque lo ignoremos va a desaparecer, al contrario, con el tiempo lo repetiremos con nuestros hijos.

Vivir desde la queja en que mamá cambie, es un círculo vicioso que nos lleva a un sufrimiento infinito, no hay sanación cuando esperamos que sea ella quien se acople a nuestro mapa de vida. Para poder sanar este vínculo, implica hacer un duelo donde comprendemos que esa mujer será quien decida ser, dejando de anhelar que se convierta en algo distinto, quitando el poder en las actitudes que ella decida y comenzando a invertir nuestra energía en nosotros mismos.

Christiane Northrup, dra. en ginecología y obstetricia (con más de 30 años de experiencia en su campo) lo resume de la siguiente manera:

“Nuestras células se dividieron y desarrollaron al ritmo de los latidos de su corazón; nuestra piel, nuestro pelo, corazón, pulmones y huesos fueron alimentados por su sangre, sangre que estaba llena de las sustancias neuroquímicas formadas como respuesta a sus pensamientos, creencias y emociones. Si sentía miedo, ansiedad, nerviosismo, o se sentía muy desgraciada por el embarazo, nuestro cuerpo se enteró de eso; si se sentía segura, feliz y satisfecha, también lo notamos”

El siguiente ejercicio tiene el propósito de comenzar a mirar la proyección que hacemos de nuestros juicios, quizá nuestro ego se enfade mucho cuando se habla de los espejos, debido a que es más fácil señalar afuera que mirar adentro de uno mismo.

Solo basta con responder de manera sincera las siguientes preguntas:

· ¿Qué juzgo de mi madre?

· ¿Cómo me hace sentir ese juicio que hago sobre ella?

· ¿Eso que juzgo en ella lo tengo yo, pero me cuesta reconocerlo?

Al analizar sus respuestas, lograremos sanar todos aquellos aspectos que nos molestan de mamá, modificaremos la energía del vínculo que nos une a ella, como resultado, tendremos otras posibilidades de nuestro estilo de vida y la de nuestros hijos.

Tania Druetta, especialista en Psicogenealogía.

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